Nunca te lo dije pero yo de vos me enamoré. Y sé bien que no fuimos nada, y que fuimos hace tanto que lo que somos ya no conecta. También que no te lo dije, y que probablemente jamás lo hubiera hecho. Y sé bien que estoy afuera, pero (¿el día en que yo me muera?) siempre voy a sentir que me debés muchas más explicaciones que las que mi corazón pueda resistir y que las que el tuyo pueda dar. Pero así es el baile, y siempre voy a estar ligada a tus telos y tus birras en lugares del mal. Así como a tus mensajes de las cinco de la mañana y nuestros encuentros desesperados seguido de un “te tengo mucho cariño”, pero también a mi pánico a que me quieras de verdad o a que no sea de verdad que me congelaba y al pánico a nunca saber bien qué carajo responderte en el momento y a el amargo sabor, ese amargo sabor en la boca que te deja una buena respuesta que llega cuatro horas tarde.
Me preparo para escribirte y ni siquiera sé por qué (ni qué te diría si en verdad lo hiciera), se acobardan mis dedos que no tocan ni una sola vez el teclado, ni siquiera para buscar tu nombre, y para ser honesta no lo voy a hacer, si siempre voy a ir por ahí con miedo a quererte de nuevo.