En la madrugada y las horas raras solía temblar.
Mi yo interna que repetía nombres y nombres de hombres que pasaron y ya no están. Se me ocurre que tal vez no tengo esa capacidad que tienen todos de olvidar.
Ahora la compañía que elegí aparece, atrevida, impertinente, se mete, pero ya no me enloquece.
Perdí el rastro del daño que me impedía mudar.
Inundada mi mirada con una inchequeable valentía que se ríe del miedo a expresar, entre cumbias y vinos en el living sola sola, me pongo una curita y me animo a extrañar. Ni personas, ni cosas, sino un vínculo para disfrutar.