Me bajé del taxi y, mientras pensaba que me había salido más barato de lo esperado, le pedí disculpas al taxista por aguantarme todo el viaje hablando por teléfono.
Que no hay problema me contesta y yo igual insisto, porque necesito sacarlo del sistema: "Las relaciones a distancia son así, a pura despedida".
Me bajo y cierro la puerta con gusto a poco y con ganas de que por la contraria se esté bajando.
En ese caso, al entrar al aeropuerto de Córdoba, bromearíamos sobre cómo nos olvidamos de hacer el check in, sobre que ahora nos van a cobrar, sobre tomar un vuelo a otro lugar que no sea Buenos Aires.
Jugaríamos al "contacto" cuando nos cansemos de esperar y nos iríamos agarrados de la mano hasta el área de partidas nacionales.
Hablaríamos de este nuevo espléndido fin de semana y de otra jornada de perderle el rastro a las agujas del reloj.
Pero entro sola al aeropuerto y entonces me pido un café negro pasado de amargo y un muffin con gusto a melancolía y ganas de que estés en la silla contraria.